Arequipa, Pisco / Perú: el país que no conoces
AL SON DE LAS ANDANZAS DEL TATA K’ALINCHO
En las faldas de la colina Linku, techos coloniales y edificios modernos distinguen a un pueblo que se ha levantado después de un terremoto.
Terminaba la misa de un viernes de fiesta, cuando un ruido estremecedor paralizó la apacible vida del pueblo de Sipe Sipe. El 23 de julio de 1909, a mediodía, un fuerte terremoto onduló la tierra y abrió grandes grietas que aterrorizaron a los pobladores.
Una nueva historia se abría para el pueblo ubicado en los valles de Cochabamba.
Ese fue el relato que recibió Luciano Gonzáles, párroco de la provincia de Vacas, en Arani, antes de trasladarse a la que habría de ser su nueva iglesia en Sipe Sipe. El cura bordeaba los 47 años y había sido párroco de Vacas por casi dos décadas; era un hombre de carácter ágil y con habilidad para contar anécdotas. Temido por su estatura, era conocido como un gran golpeador y por no permitir que nadie le faltara. Uno de sus pasatiempos favoritos era jugar crap con los amigos, a quienes normalmente dejaba sin dinero.
“¡Punto clerical!” Gritaba el cura cuando ganaba la partida, dejando atrás a sus contrincantes, a los que después invitaba sendos platos de comida. La llegada al nuevo pueblo, allá por el 74, fue rápida y en una camioneta cupieron las cosas del cura y su familia.
Desde la entrada, su compañera Carlota Campanini, de origen italiano, había calculado que le llevaría poco tiempo conquistar a la gente del pueblo gracias a dos virtudes suyas: su carácter y su culinaria.A la entrada de Sipe Sipe, en la Colina de Santa Ana, vieron el Campanario de la Independencia, levantado en homenaje a los que resistieron el embate del ejército argentino en 1815. Junto al campanario, la campiña de los alrededores llamó la atención del párroco y de doña Carlota, quien aprovechó los viñedos para fabricar vino. Clima templado y campos verdes rodeaban al pueblo el día que llegó el Tata K’alincho. La danza de la sotana La Casa Parroquial fue su primer hogar, donde instaló sus pertenencias y las de su compañera, que acomodó como pudo a sus hijos.
Poco tiempo después construyeron una casa en la plaza principal. Para entonces, ya el pueblo había aceptado la presencia de doña Carlota y de los cinco hijos que, en un arreglo sin voces, llamaban “tío” a su padre. Con el Tata K’alincho, llamado así por su carácter, la fama de la misa de los domingos en el Templo de la Exaltación y las ferias de los viernes trascendió las fronteras del municipio. El Señor de la Exaltación, tallado en madera oscura, es conocido después del terremoto como el “Señor de los Milagros” y es visitado en las ferias de los viernes, donde llegan campesinos de los valles alto y bajo a cambiar productos. Toda celebración era ocasión para invitar al Tata K’alincho y para preparar comida desde muy temprano.
El clima era bien aprovechado y las reuniones se hacían en los patios de las casas, a la sombra de las chiwiñas. El cura Luciano llegaba casi siempre solo, pero al poco tiempo, la presencia de doña Carlota era reclamada por los vecinos, quienes en un tono amistoso y cómplice le decían: “Tayay, por qué no has traído a la señora…”.Al poco tiempo los cantores del pueblo invitaban al baile. El Tata K’alincho abría y sin más, desabotonaba la sotana, la amarraba a la cintura y con un ademán diligente sacaba a doña Carlota para la primera cueca.
No faltó la ocasión en que el Tata tuvo que salir a media fiesta para cumplir sus deberes religiosos. La fiesta se animaba con chicha y vino. En unos años, doña Carlota había conseguido un par de falcas para destilar vino y pisco; su origen italiano le había dado conocimientos sobre el color y el dulzor. Pronto llegó a ser muy cotizada y proveía de licor al pueblo y a sus alrededores. Hasta el brindis de la misa utilizó el vino de doña Carlota, provocando que en un acto de ironía y complicidad con el cura, jóvenes del pueblo pintaran “vino sagrado” en la fachada de su casa, graffiti que Luciano nunca borró.
Sipe Sipe mejoró su economía. Los primeros viernes se llenaban de peregrinos y aparecieron ferias como las del guarapo y del buñuelo. Eran días de celebración y la casa del cura era muy concurrida. Cuando los invitados llegaban pasaban primero por la iglesia, donde el cura, en medio del sermón y en un tono clerical casi cantaba: “ya habían venido… espérenme en la casa…”.En 1996, Luciano Gonzáles cayó enfermo y su estado lo llevó a guardar cama por un buen tiempo. Pero cuando, el cariño de los amigos y los cuidados de doña Carlota lograron recuperarlo, una nota del Obispado de Cochabamba llegó a su casa informándole que debía convertirse en párroco de la Iglesia de la Recoleta en Cochabamba.
El Tata K’alincho ofició misas en La Recoleta por un tiempo más, hasta que sus afecciones no le permitieron salir de la cama. Murió en compañía de su familia en Cochabamba y sus restos están enterrados en el cementerio de Sipe Sipe. Su vida forma parte de las historias de este pueblo. Sipe Sipe, hoy Casi un siglo después del terremoto, Sipe Sipe es un municipio con 40 mil habitantes, donde fachadas coloniales conviven con construcciones modernas en medio de la campiña. Al fondo, se ven todavía las ruinas de Inca Rakay, (Casa del Inca), construidas posiblemente en 1470, a los pies de la colina Linku. Aquí, en el solsticio de invierno, se celebra el Inti Watana, que quiere decir “sostener al sol”, con el sacrificio de llamas como una ofrenda. El próximo año se cumple un siglo del terremoto y los abuelos dicen que podría repetirse en la misma fecha 100 años después. Por eso, autoridades del municipio de Sipe Sipe desarrollan un programa para capacitar a su población en caso de que sea necesario. Quizá con este mítico suceso, nuevas historias se animen a recorrer las calles del pueblo que amó el Tata K’alincho. Brújula Ubicación.
Sipe Sipe se halla en la provincia de Quillacollo del departamento de Cochabamba. Salidas. Los visitantes pueden llegar al pueblo en las líneas 245, 260 y 270, partiendo de la plaza de Quillacollo. Atractivos. Se puede visitar su campiña, la comida y las ruinas de Inca Rakay.
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